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Edición 546
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El reino de la miseria
Admite el ministro Francisco Vidal
Unos pocos manejan
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Las glorias
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Las Glorias del Ejército
Jorge Lavandero
Batiendo el cobre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Haití

El reino de la miseria

Bajo el peso de una crisis generalizada, Haití se encamina hacia el bicentenario de su independencia, a celebrarse el 1º de enero del 2004. En un clima tenso, marcado por la violencia, la inseguridad ciudadana, el bandidismo político, la ausencia de servicios sociales y particularmente la miseria de la población, el movimiento lavalasiano cumplió doce años en el poder.Jean Bertrand Aristide, quien regresó a la presidencia tras las elecciones del 2002 -calificadas de fraudulentas por la oposición- ha advertido que permanecerá en el cargo hasta el término de su mandato en el 2006.

Pero el descontento popular crece y las manifestaciones antigubernamentales se multiplican a pesar de los actos represivos de los grupos armados afines al movimiento lavalasiano. La oposición política organizada reestructura dificultosamente sus fuerzas. La corrupción, el narcotráfico, las violaciones a los derechos humanos y los ataques a la libertad de expresión concitan la atención internacional, pero las presiones resultan insuficientes para provocar un cambio de ruta.

Antes de encontrar las miradas y los rostros de los haitianos, Puerto Príncipe, la capital, emerge como una ciudad inconclusa con sus miles de vigas de acero tendidas al aire, como brazos que esperan. Un golpe de suerte o la remesa de un pariente “de fuera” permitirá terminar los cimientos de las casas o el peldaño de las escaleras que conducirán más arriba, a alguna parte. En Cabo Haitiano, la segunda ciudad del país, son las habitaciones a mitad sumergidas en el agua las que, junto a un gigantesco mercado de bicicletas, abrirán la vista a ciudad.

Son las primeras imágenes; anteriores a las que evocan las condiciones infrahumanas de vida de los “bidonvilles”, o a las superficies descarnadas del norte o la belleza intocada de otros paisajes. En la desolación, sin embargo, hay espacios para desentrañar las formas de solidaridad que se tejen, porfiadas, en una de las sociedades más pobres del planeta. Haití y sus habitantes buscan y elaboran estrategias para sobrevivir y organizarse, en una caótica tentativa de reapropiarse de las arterias por donde corre su historia de rebeldía.

SOBREVIVIMOS,
NO EXISTIMOS

Sin recursos, endeudado -la deuda externa se alza por sobre los 1.190 millones de dólares-, su moneda en constante devaluación, con deficitaria balanza comercial, dependiente de la ayuda internacional hoy en parte paralizada, las estadísticas sitúan a Haití en el 134º lugar de los Indicadores de Desarrollo Humano (IDH), al nivel de Somalia y Yemen, entre otros.
La miseria se infiltra por todas partes. Sobrevivir se convierte en la única obsesión de una población que intenta comer, desplazarse, enviar sus niños a la escuela, vencer la enfermedad. El 52 por ciento de los haitianos vive bajo el umbral de la pobreza, la tasa de cesantía y subempleo se estima en 50 por ciento, la esperanza de vida es de 53 años.(1)
La agricultura declina. La población rural es forzada a emigrar hacia los centros urbanos o circula entre el campo y la ciudad, transportando víveres y mercancías. Los productores sufren la competencia de los bienes importados, los efectos de la sequía en el norte, la deficiencia del transporte, la usura de los créditos, la ausencia de infraestructura, el abandono inveterado del Estado.
El último censo de l982 -en espera de los resultados del que acaba de desarrollarse- arrojó una población de ocho millones 270 mil personas. Los últimos estudios (2002) indican que tres millones 800 mil haitianos no disponen de ingresos suficientes para procurarse lo necesario para sobrevivir. De ellos, dos millones cuatrocientos mil viven en “situación de inseguridad alimentaria crónica”.(2)
Si se considera que el 50 por ciento de la población tiene menos de 18 años, se puede colegir que las eventuales repercusiones de la crisis alimentaria comprometen a largo plazo la situación del país. Los estudios sitúan entre las zonas mas frágiles además del Far West -nombre dado a la región del noroeste-, los barrios más miserables de las ciudades de Puerto Príncipe, Cabo Haitiano, Gonaive, Jeremías y San Marcos, la Isla de la Gonave y las trece comunas de la zona fronteriza con República Dominicana.
La desnutrición, y su corolario de raquitismo agudo sobre todo en los niños menores de cinco años, es el primer flagelo. Los signos alarmantes se multiplican. En marzo último los Centros de Salud Infantil del Noroeste informaban de los primeros casos de marasmo y de kwashiorkor, enfermedades extremas de la desnutrición aguda. Son signos de una catástrofe humanitaria ad portas, se nos dice.

LA ESPIRAL DEL HAMBRE

En las ciudades y poblados del nordeste las iglesias -amén de las católicas las de una variedad impresionante de denominaciones en su mayoría fundamentalistas cristianas- flanquean a pequeños mercados y comercios heterogéneos. En un cruce de caminos, decenas de banderas indican la modesta casa de un sacerdote vudú. Y pululan las plazas de los sueños… los puestos de venta de lotería -se juega siguiendo los resultados de Miami u otros lugares-. Son casetas multicolores que apuntan parsimoniosamente los nombres de los “multiconsorcios de la suerte”: Bank Perseverance, Bank Patience o Bank Reality, entre otros.
En la Escuela Nacional Mixta de Derac -tres piezas de madera y una cocina exterior- los niños aprenden la división administrativa del país, sin mapas ni cuadernos y con pocos libros. El diálogo deriva a la cuestión esencial: la comida. En esa materia las Samanthas, Sylvie, Jessica, Dieujuste, Joel, Ancy y Antenor, entre otros, son explícitos: “Antes de comer tenemos las piernas débiles y cuando comemos, estamos en el paraíso”.
Para la mayoría de estos escolares un medio tazón de arroz y frijoles, y rara vez algo de pescado -donados por la cooperación internacional- suele ser la única comida del día. La dirección de la escuela avanzó la ración del mediodía a las diez de la mañana, para evitar que los niños se duerman en clase. Algunos abandonan el recinto después de comer. Una parte de la ración suele llevarse para compartirla en casa. Allí los incitarán a dormir temprano para “que se recuperen”.
Más allá, las mujeres de otro poblado se agrupan, crean un huerto de pequeños cultivos, lo defienden de los “invasores nocturnos” levantando cercos y estampando una denuncia ante el juez; consiguen rastrillos, transportan agua… Una forma de ganar algún dinero, de comer y resistir.
Las casas en Derac, Paulette y otros lugares vecinos son de caña y barro, algunas recubiertas de madera y pintadas de colores vivos, muy pocas “en duro” (cemento). Una pieza única, un diminuto cuadrado con una puerta; desprovistas prácticamente de todo, el agua se extrae de un pozo, la electricidad es inexistente, las calles apenas un diseño de tierra. Las familias buscan producir carbón y a veces comerciarlo. En realidad, la venta de carbón, los pequeños comercios y la artesanía son las únicas actividades visibles.
Para el consumo interno, algunas familias producen sorgo, banano y tubérculos, pero el 51 por ciento de los hogares no posee tierra. Los hombres emigran o se ocupan de cortar árboles y caña o preparan la tierra en las plantaciones que quedan; las mujeres riegan y cosechan. Ellos reciben 30 gourdas por día: la obrera agrícola sólo 25. Haití tienen el porcentaje más alto -47.8 por ciento- de mujeres económicamente activas de los países del Caribe y América Latina.

TRABAJAR A
CUALQUIER PRECIO

En algunos tramos de la carretera semidestruida y casi impracticable entre Trou-du-Nord y Fort Liberté, en el norte, bajo el sol de plomo de mediados de mayo, grupos de niños premunidos de palas tapan con barro algunos hoyos a cambio de algunas gourdas que dejan los conductores de los vehículos que por allí transitan. A lomo de mula, mujeres de todas las edades transportan sacos de carbón.
“La supervivencia de Haití descansa sobre los hombros de sus mujeres más pobres”, nos dice Mirtha Gilbert, hoy profesora en la Universidad del Estado. En los años sesenta, Gilbert participó clandestinamente en la lucha antiduvalierista. Activa en el movimiento de mujeres de su país y en otro tiempo en Nicaragua, autora de varios estudios sobre las condiciones de vida de la mujer haitiana, ella nos desentraña las estrategias de subsistencia elaboradas por los sectores más carenciados.(3)
Gilbert hace referencia a los hombros de miles de mujeres que en los mercados, o en las veredas de Puerto Príncipe y Pietonville, a menudo alumbrándose con una vela después de la seis de la tarde -el alumbrado público es ocasional o nulo- venden su mercancía a precios que dejan ganancias ínfimas, pero que resultan más accesibles para la población que los de los comercios establecidos. Ellas son las “detallistas” que compran a las “Mam Sara” -apelativo tomado del nombre de un pájaro que se desplaza constantemente- que traen la mercancía, sobre todo arroz, frijoles y carne, de los mercados rurales.
“Es un servicio social y estas mujeres, a las que el Estado no otorga ninguna atención, son las que hacen vivir al país”, añade Gilbert.
Las mujeres comerciantes de la calle operan a partir de dos formas de crédito: el de los especuladores privados -a cuatrocientos y hasta seiscientos por ciento de interés en períodos cortos-, y los micro-créditos ofrecidos por algunos organismos financieros internacionales que “han descubierto que las mujeres pobres son excelentes pagadoras de sus deudas”. Sin embargo, se suele recurrir a un tercer prestamista para devolver el crédito inicial. Pequeños grupos de ayuda se organizan. El mercado callejero también comercia ropa, zapatos, y artículos de casa traídos generalmente de Puerto Rico, Curazao o Miami, apilados un poco más allá de la basura que se acumula en las calles.
El 71 por ciento de la población económicamente activa en el comercio y los servicios está constituido por mujeres. El servicio doméstico es el peldaño más bajo de la escalera de explotación femenina: los sueldos fluctúan entre cuatro mil y doce mil gourdas por año, no hay protección social y una mayoría de esas mujeres son jefes de familia. El arriendo de una pieza cuesta entre cuatro y seis mil gourdas anuales en Puerto Príncipe.

UNA ZONA FRANCA…
DE SUEÑOS

Considerado un país de alto riesgo para la inversión extranjera y descapitalizado, el sector industrial pierde peso constantemente. En 2001 no representaba más del 16 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Concentrado sobre todo en industrias de exportación -ensamblaje de piezas y materiales- situadas en el Parque Industrial de Puerto Príncipe, gozan de los beneficios de una zona franca tipo off shore, pero desaparecen o siguen el mismo movimiento de relocalización que caracteriza el fenómeno en otros países. Mal o bien, subsisten además algunas empresas de transformación alimentaria, que ocupan mano de obra mayoritariamente masculina, de artículos de madera, productos químicos, artículos de caucho, plástico y otras. Olvidadas en gran parte las normas del Código del Trabajo, las condiciones de trabajo son muy duras pero “en un entorno minado por la cesantía, cualquier trabajo vale su peso en oro”, dirá Gilbert.
La población cesante cifra sus esperanzas en la zona franca que empieza a construirse en la comuna fronteriza de Ouanaminthe, situada frente a la ciudad dominicana de Djabon. De momento, Ouanaminthe ofrece, durante los tres días semanales que se abre la frontera, un espectáculo alucinante. Miles de haitianos atraviesan el estrecho puente sobre el río Massacre en una carrera por obtener víveres esenciales para venderlos de regreso en Haití. A pie, utilizando al regreso moto-taxis, carretillas de mano o simplemente caminando hasta los puntos donde esperan camiones o asnos, transitan hombres y mujeres que equilibran sobre sus cabezas cajas de huevos, de botellas de aceite, de golosinas, de pollos, de productos de limpieza, de repuestos y de una variedad inimaginable de otros productos. Ouanaminthe tiene un pasado trágico: el río Massacre fue, en 1937, uno de los escenarios principales del genocidio perpetrado por los soldados trujillistas contra los haitianos que vivían en República Dominicana.
Los primeros pilones de acero de la próxima zona franca, ya están construidos. “Habrá trabajo para miles de personas”, nos dice un muchacho que oficia de improvisado guía.
La zona franca es iniciativa del poderoso consorcio dominicano Grupo M, que se especializa desde l986 en la exportación de ropa hacia multinacionales norteamericanas y europeas. En un suplemento publicado a fines del año último en el diario haitiano Le Nouvelliste, varios especialistas explicaban los intereses de República Dominicana en la creación de la zona franca: la perspectiva de acaparar una parte importante del mercado de exportación de textiles, la creación de una “zona tapón” que limite la inmigración clandestina de haitianos y el desarrollo de un mercado fronterizo de consumo para los productos básicos dominicanos. Haití proporcionará la mano de obra: la República Dominicana las funciones de gestión, según la fórmula de las maquiladoras entre México y Estados Unidos, consideradas uno de los peores ejemplos de la sobreexplotación de mano de obra en el continente.(4)
La crisis económica es una arista del problema. El futuro aparece también cercado por la crisis política, la situación de los derechos humanos, el fenómeno migratorio -legal y clandestino- hacia Estados Unidos u otros países del Caribe, la inseguridad ciudadana. Un túnel cuya salida aparece hoy más que nunca esquiva.
Recorrer el país en parte y contarlo, exige marchar con lo no cuantificado, lo intuido, lo otro, con la infinita creatividad de los haitianos que colorean los muros citadinos con cuadros que narran sueños, que hacen música en la noche, que viven sus ceremonias, que cuentan viejas historias junto al fuego, como si escaparan a lugares intocables

MARIA EUGENIA SAUL URQUIETA
En Puerto Príncipe, Haití
Fotos: Michel Fline

(1) Haití: Programa Integrado de Respuestas a las Necesidades Urgentes de Comunidades y Poblaciones Vulnerables (PIR), Sistema de Naciones Unidas, marzo 2003.
(2) Ibid.
(3) Martha Gilbert es autora de Luchas de mujeres y luchas sociales en Haití, Editorial Areytos, 2001.
(4) “Entreprise, territoire et développement”, suplemento mensual del diario Le Nouvelliste, diciembre 2002.


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